28/9/10

Más sobre toros, sobre 'correbous', sobre Cáceres...

CÁCERES 2016

Mañana nos examinamos ante el Jurado de la Capitalidad Cultural Europea de 2016. Se ha trabajado siete años, se ha trabajado mucho y bien. Gobiernos de unos partidos y de otros. Eso es importante pero es lo de menos. Lo de más ha sido la implicación de toda la sociedad cacereña y de toda Extremadura.

La fortaleza de nuestra candidatura es que no ha sido la consecuencia de una actitud impulsiva, sino del profundo cambio de una ciudad y una región que hoy es capaz de asumir ser la capital de Europa en el ámbito cultural. El jueves sabremos si pasamos el corte. Pero yo creo que hace tiempo que sabemos que ganemos o no ya nada será igual. Porque sabemos que podemos. 

Hoy en Olivenza un grupo de personas que estaban disfrutando del domingo, me dijeron que mañana todos somos cacereños.

Un abrazote

Guillermo
Raimundo dijo...
Sr. Presidente, ya que hablamos de cultura, me permitiré empezar... por la campesina.

O sea, por la decisión de la Junta de Extremadura de prohibir la violencia 'gratuita'. La de los 'correbous'.

Prohibir algo que no se debe prohibir... es, en este caso, oportuno... valga el absurdo, porque es una forma de defender los derechos... de los humanos.

Enfrentándose a leyes hechas a medida, que favorecen las fiestas de unos, y perjudican las de los otros... para acallar una cultura, la andaluza, la campesina, la mexicana, la ganadera...

Se prohíbe que la mayoría parlamentaria aplaste la cultura de las minorías... catalanas. Esa violencia simbólica.

Utilizar a los animales como arma contra otros hombres.

En los correbous, en los tiempos de penuria, el toro era el chivo expiatorio (sin ser hispano, judío o gitano), de la ira social... de los campesinos.

Ya no, luego no tiene objeto. El animal no es respetado. No hay superación, porque sólo peligra el atolondrado. No hay arte.

No es el enfrentamiento entre el hombre y la bestia. Sino entre un pobre animal aterrorizado por el fuego... y una muchedumbre un punto alcoholizada.

Hay parque temático. Gratuito y público (que no en recinto cerrado).

No hay violencia natural, porque se rompe la lógica de la naturaleza, la muerte. Sólo un desahogo innecesario... indigno de tutela o atención alguna.

Así pues, el espíritu de la capitalidad cultural de Cáceres bien podría ser: 'aquí se defienden todas las culturas , hasta la campesina... la de los perdedores de la historia... la andaluza de Cataluña'.

No los parques temáticos, no la violencia turística.

Un saludo a todos
"(...)   ¿Le gustan los toros? ¿Qué opina de la fiesta nacional?

Sí. Vamos a ver: no es que me gusten, yo no voy a los toros, he estado tres o cuatro veces en corridas en toda mi vida, pero los toros en sí me parecen una de las construcciones artísticas más grandes que yo conozco de la cultura europea

Entiendo perfectamente a la gente a la que no le gustan. Incluso entiendo perfectamente a los animalistas que sufren mucho porque los toros sufren. Entiendo que les pase eso, sin embargo no es mi caso. 

No solo no sufro por el toro, sino que tampoco sufro por las vacas que me como, no sufro por los animales. Tampoco sufro por las focas muertas en esos reportajes espantosos en los que salen mares de sangre y focas muertas. /...)"           (Entrevista a Félix de Azúa, académico, en Antón Castro, blog, 23/06/2015)

 "Los toros són la poesía de este país". Sharon Stone lo considera "un símbolo" de España.

"La actriz Sharon Stone visitó el programa 'Hay una cosa que te quiero decir', de Telecinco, donde fue entrevistada por Jorge Javier Vázquez. Stone, durante la entrevista, admitió su amor por las corridas de toros.

"Sé que a ti no te gustan, pero a mi me encantan los toros", le dijo al presentador del espacio, Jorge Javier Vázquez. "Llevo mucho tiempo luchando contra los toros y llega Sharon Stone y me dice que le gustan.

 He perdido la batalla", replicó Vázquez.La actriz, sin embargo, insistió que los toros "es parte de la cultura histórica y de los símbolos del país. Simplemente es la poesía de este país". La cuestión se zanjó con un pulso que ganó Stone."         (e-notícies, 27/06/2012)

"Prohíben los toros los que permiten el 'show' del delfín"

"¿Por qué unos políticos que prohíben las corridas de toros al día siguiente votan a favor de los correbous ? ¿Por qué unos políticos que prohíben la actuación de animales en el circo permiten shows diarios de los delfines del zoo? Por hipocresía, que no me hablen de moral o ética". (...)

Suena paradójico que un catalán enarbole las esencias del toreo. "Los correbous, las fiestas con vaquillas, son una burla al animal; el toreo, en cambio, es liturgia, y su ética, ejemplar.

En ninguna otra actividad de sacrificio de animales hay tanto respeto como en la tauromaquia". Y recuerda la vida hacinada y la muerte cruel de cerdos y pollos.

"Lo que se está prohibiendo no es lo que se hace con los animales, sino verlo. Se legisla la sensibilidad, no la actividad".

Boix ve en la tauromaquia valores que se van perdiendo. "Vivimos en la sociedad del miedo. Miedo por si hace frío en invierno y calor en verano, miedo a la amenaza nuclear, incluso más que los que la están sufriendo.

El torero encarna la superación del miedo, el respeto al contrario, el afán de superación, cualidades cada vez más extrañas. Por eso recomendaría ir a una corrida, al menos una vez; que esto se acaba".

Repasando las raspas del pescado, Boix se anima: "El animalismo no tiene futuro", y luego matiza: "Lo espero, por el bien de la humanidad. Así podremos alimentarnos de una lubina como esta. Incluso espero que la gente pueda seguir teniendo un pajarito enjaulado". (SALVADOR BOIX: "Prohíben los toros los que permiten el 'show' del delfín". El País, 25/03/2011, última)

"En los últimos meses, durante la ofensiva antitaurina que culminó con la prohibición de los toros en Cataluña, dos de la palabras más repetidas fueron "compasión" y "barbarie". (...)

No se necesita una argumentación ética fundada para que a uno personalmente le desagraden o hasta le asqueen los toros: pero en cambio es imprescindible para prohibirlos en una comunidad con carácter imperativo y general. (...)

Se apela a la compasión como última ratio moral y se nos recuerda el principio budista de no dañar bajo ningún pretexto a otro ser vivo. Con todos mis respetos para Richard Gere y compañía, quienes no somos budistas no nos sentimos obligados por él (sobre todo si comemos carne o pescado y nos curamos con antibióticos, cuyo simple nombre ya promete matanzas). (...)

Fuera de esa postura religiosa, no es cierto que la compasión por el dolor universal sea la base de la ética. Sin duda ser compasivo es un sentimiento que nos mejora, pero no un precepto moral ineludible.

Paseando por el campo, veo que un gorrioncillo recién nacido se ha caído del nido y pía angustiosamente en el suelo expuesto a todos los peligros: como soy compasivo, lo recojo y lo devuelvo a su hogar... aunque así perjudique a la serpiente que también tiene que comer para vivir.

¡Bravo, tengo buen corazón! Pero si quien gime abandonado en un cubo de basura es un bebé, tengo la obligación ética de ayudarle, me compadezca de él o no. Si no lo hago, no seré poco sentimental o duro de corazón sino claramente inmoral. La diferencia es importante, todo lo que cuenta en la ética -el reconocimiento de lo humano por lo humano y el deber íntimo que nos impone- reside ahí.

Peter Singer, el filósofo que oficia como mentor del animalismo, relativiza esta norma: si el bebé humano padece malformaciones y anormalidades, tengo menos obligación ética de salvarle que al gorrioncillo o a cualquier otro animal sano, en caso de que deba elegir. Y así llegamos al tema de la barbarie.

Porque en su sentido prístino y radical, el bárbaro no es quien maltrata o no se compadece de las bestias, sino quien no distingue entre el trato que debemos a los humanos y el que corresponde a los animales. La auténtica imagen de la barbarie no ocurre dentro de la plaza donde se lidia al toro, sino fuera: son esas personas que yacen desnudas, cubiertas de falsas banderillas y pintura color sangre, y que dan a entender que es lo mismo matar a un toro que a un ser humano.

Dice una barbaridad el portavoz de ATEA en el País Vasco cuando pide explicaciones porque se condene a ETA pero no a Jesulín de Ubrique y otra aún peor los que se ufanan de alegrarse cuando el toro mata al torero. Donde no se asume la excepcionalidad del vínculo recíproco entre semejantes racionales, ese es el predio de los bárbaros." (FERNANDO SAVATER: La barbarie compasiva. El País, 07/09/2010, p. 40)

"La fiesta de los toros representa una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo.
El intento de prohibir las corridas de toros en Cataluña ha repercutido en medio mundo y, a mí, me ha tenido polemizando en las últimas semanas en tres países en defensa de la fiesta ante enfurecidos detractores de la tauromaquia. (...)

Alguien tocó el tema y la señora que presidía la mesa y que, hasta entonces, parecía un modelo de gentileza, inteligencia y cultura, se transformó. Temblando de indignación, comenzó a despotricar contra quienes gozan en ese indecible espectáculo de puro salvajismo, la tortura y agonía de un pobre animal, supervivencia de atrocidades como las que enardecían a las multitudes en los circos romanos y las plazas medievales donde se quemaba a los herejes.

Cuando yo le aseguré que la delicada langosta de la que ella estaba dando cuenta en esos mismos momentos y con evidente fruición había sido víctima, antes de llegar a su plato y a sus papilas gustativas, de un tratamiento infinitamente más cruel que un toro de lidia en una plaza y sin tener la más mínima posibilidad de desquitarse clavándole un picotazo al perverso cocinero, creí que la dama me iba a abofetear. Pero la buena crianza prevaleció sobre su ira y me pidió pruebas y explicaciones. (...)

Y rematé preguntándole si ella, consecuente con sus principios, estaría dispuesta a votar a favor de una ley que prohibiera para siempre la caza, la pesca y toda forma de utilización del reino animal que implicara sufrimiento. Es decir, a bregar por una humanidad vegetariana, frutariana y clorofílica.

Su previsible respuesta fue que una cosa era matar animales para comérselos y así poder sustentarse y vivir, un derecho natural y divino, y otra muy distinta matarlos por puro sadismo. (...)

Le dije que le creía y que estaba seguro que ni yo ni aficionado alguno a la fiesta de los toros obligaría jamás ni a ella ni a nadie a ir a una corrida. Y que lo único que nosotros pedíamos era una forma de reciprocidad: que nos dejaran a nosotros decidir si queríamos ir a los toros o no, en ejercicio de la misma libertad que ella ponía en práctica comiéndose langostas asadas vivas o cangrejos mutilados o vistiendo abrigos de chinchilla o zapatos de cocodrilo o collares de alas de mariposa. (...)

Bastaba con leer los poemas y los textos que los toros y los toreros habían inspirado a grandes poetas, como Lorca y Alberti, y ver los cuadros en que pintores como Goya o Picasso habían inmortalizado el arte del toreo, para advertir que para muchas, muchísimas personas, la fiesta de los toros es algo más complejo y sutil que un deporte, un espectáculo que tiene algo de danza y de pintura, de teatro y poesía, en el que la valentía, la destreza, la intuición, la gracia, la elegancia y la cercanía de la muerte se combinan para representar la condición humana.

Nadie puede negar que la corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas.

Quienes quieren prohibir la tauromaquia, en muchos casos, y es ahora el de Cataluña, suelen hacerlo por razones que tienen que ver más con la ideología y la política que con el amor a los animales.

Si amaran de veras al toro bravo, al toro de lidia, no pretenderían prohibir los toros, pues la prohibición de la fiesta significaría, pura y simplemente, su desaparición. El toro de lidia existe gracias a la fiesta y sin ella se extinguiría. (...)

Lo que no es tolerable es la prohibición, algo que me parece tan abusivo y tan hipócrita como sería prohibir comer langostas o camarones con el argumento de que no se debe hacer sufrir a los crustáceos (pero sí a los cerdos, a los gansos y a los pavos).

La restricción de la libertad que ello implica, la imposición autoritaria en el dominio del gusto y la afición, es algo que socava un fundamento esencial de la vida democrática: el de la libre elección.
La fiesta de los toros no es un quehacer excéntrico y extravagante, marginal al grueso de la sociedad, practicado por minorías ínfimas.

En países como España, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el sur de Francia, es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclore, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática.

Prohibir las corridas, además de un agravio a la libertad, es también jugar a las mentiras, negarse a ver a cara descubierta aquella verdad que es inseparable de la condición humana: que la muerte ronda a la vida y termina siempre por derrotarla." (Torear y otras maldades: MARIO VARGAS LLOSA, El País, opinión,18/04/2010, p. 39)

"El toreo es considerado casi como un emblema cultural de España. Supe de ello ese año que leí las novelas del escritor norteamericano Ernest Hemingway. 

Después conocí también la pintura taurina de Goya y Picasso. Y luego, con la llegada de la televisión, pude por fin ver una corrida de toros. Es un espectáculo cruel y provocador, pero también ciertamente hermoso. Cuesta discernir si en definitiva ha de considerarse una expresión artística y cultural o bien un deporte. Ahora, la polémica se cierne en torno a si debería prohibirse o conservarse como una tradición.

 Aunque en principio es un asunto propio de los españoles, donde los foráneos no deberían entrometerse, los amigos del Instituto Cervantes me invitan a opinar sobre el tema, así que con sencillez a ello me dispongo.

¿Cuál es la esencia de los toros? Es realmente una pregunta difícil de contestar. ¿Se trata de hacer público y promover cierto espíritu heroico? ¿De mostrar la valentía y el porte del torero? ¿De revelar lo sobrecogedor de la muerte en su pasar rozándole al hombre? Pareciera que a todo esto se aproxima, pero pensándolo cuidadosamente se percibe como algo que no es del todo correcto. 

Despojado de su glorioso y resplandeciente atuendo, su esencia se reduce al tormento que el taimado inflige sobre ese pobre toro al que enloquece y luego mata, colmando así la vena sanguinaria de la gente, a lo que se suma el dinero que ganan las personas de la organización taurina.

Probablemente habría que rastrear los orígenes de este espectáculo en la antigüedad remota, cuando los hombres de esos tiempos debían cazar para sobrevivir, equipados con armas primitivas lucharían mano a mano con el toro salvaje. O moría el toro para ser alimento del hombre, o moría el hombre que a su vez se convertía en alimento de cualquier otra bestia predadora, y así tal combate a muerte era justo y equitativo. Pero ya hace mucho tiempo que la humanidad no necesita conseguir alimento de esta forma.

 El toreo ya no tiene nada que ver con la supervivencia, sino meramente con el recreo y el contento del morbo de la gente y, de acuerdo con esto, abolirlo sería lo razonable. Pero no habría que abolir solo las corridas de toros, sino también las peleas de gallos, las peleas de cabras y las peleas de grillos. Aunque tales espectáculos no suponen una lucha entre el hombre y el animal, podrían parecer incluso más odiosos. 

El toreo al menos pone en juego la vida del hombre, mientras que en las peleas de gallos, de cabras o de grillos, el hombre hace uso de una inteligencia perversa para azuzar a los animales a enfrentarse sin correr él mismo ningún riesgo y jactarse del mal que provoca en otros.

Incluso parece que habría que prohibir también las competiciones de boxeo. Dos hombres sin animadversión ninguna noquean al adversario a costa de su propia vida. Aunque lleven guantes y protector bucal, es frecuente ver el rostro golpeado del contrincante, lleno de cardenales, la cabeza ensangrentada. Tras todos estos espectáculos bárbaros o semibárbaros se esconde el dinero, y en este sentido, bien merecerían ser prohibidos sin excepción.
 
Mas los asuntos mundanos son siempre de difícil solución. Fumar, por ejemplo, tan perjudicial para la salud y tan difícil de prohibir por completo aunque sea por un periodo corto de tiempo. Respecto al toreo, a mí, como chino, tanto me da si se prohíbe, pero para los españoles no es una cuestión tan sencilla. 

Sigue teniendo como siempre cierto contenido cultural, y también, como dicen, podría considerarse un patrimonio cultural de España, puesto que la gente que adora a los toreros y que desea ver las corridas o participar en los toros no es una minoría, y su afición y derecho han de respetarse y protegerse también.

 Vi una película sobre toreros que contaba cómo un muchacho pobre se hacía famoso por torear, enamorando a ricas y nobles damas. Es evidente que también hay muchas mujeres a quienes les gusta este espectáculo, y prohibir algo que gusta a las mujeres es al parecer algo aún más fastidioso.

En realidad no se me ocurre una solución que pudiese agradar a defensores y detractores, una que continuase con este viejo espectáculo de cierto halo religioso, una que colmase el deseo de los taurinos y que a la vez no implicase la matanza de un toro inocente. Pero confío en que si han conseguido resolver problemas más complejos que este, en el caso del toreo conseguirán dar con la solución adecuada."         (MO YAN: "Viendo los toros desde la barrera" . El Nobel reflexiona, en este texto inédito, sobre España y la polémica de las corridas. El País, 11/10/2012)

"En las últimas páginas de El cuento de nunca acabar, Carmen Martín Gaite nos cuenta una tarde de paseo con su hija, que es aún una niña. Pasean cerca del agua y la niña ve un sapo sobre una piedra.

Y se queda inusualmente silenciosa. Ya en casa, y cuando ambas están acostadas, la niña despierta a la madre para decirle: "Qué raro lo del sapito, ¿verdad? ¡Cómo nos miraba!" (...)

"El reconocimiento de lo humano por lo humano y el deber íntimo que nos impone". Sin embargo, ni el personaje de Tati ni la niña del recuerdo de Martín Gaite dejan de ser humanos al ocuparse de un ladrillo o un sapo. La poesía, deudora del mundo del mito, habla de la relación con nuestros semejantes pero también con lo que es distinto a nosotros.

Tiene que ver con ese saber tratar adecuadamente con lo otro al que los griegos llamaron piedad. "Cuando hablamos de piedad", escribe María Zambrano, "siempre nos referimos al trato con algo o alguien que no está en nuestro mismo plano vital; un dios, un animal, una planta, un ser humano enfermo o monstruoso, algo invisible o innominado, algo que es y no es.

Es decir, una realidad perteneciente a otra región o plano del ser en que estamos los seres humanos, o una realidad que linda o está más allá de los linderos del ser". James Joyce llamó epifanías a estos instantes de comunicación profunda con lo real. Y tanto la escena del ladrillo como la del pequeño sapo nos aportan instantes así. (...)

Uno de los deseos que de una forma más constante e íntima han acompañado al hombre desde el origen de los tiempos es el deseo de comunicarse con los miembros de las otras especies. A él se debe que bestias y animales hablen en los cuentos de hadas y que sus protagonistas humanos comprendan mágicamente su lenguaje.

Tolkien afirma que desde muy antiguo se tiene una viva conciencia de la ruptura de esa comunicación; pero también la convicción de que fue traumática. Los animales son como reinos con los que el hombre ha roto sus relaciones y que con los que, en el mejor de los casos, mantiene un difícil e inestable armisticio. (...)

El mundo es un inmenso matadero. Miles de animales se amontonan en granjas y piscifactorías, en condiciones infames, solo esperando su muerte. Singer reprochaba a su dios que hubiera creado un mundo en que las criaturas necesitaran matarse unas a otras para vivir y Canetti, dolorido por esta misma evidencia, dijo que deberíamos comer llorando. (...)

Y la caza y el toreo son pura contradicción, pues tanto el buen cazador como el buen torero no se acercan a los animales para hacerles daño, aunque finalmente se lo hagan, sino para entrar en contacto a través de ellos con las fuerzas libres del mundo.

Pocos han escrito páginas más hermosas sobre los animales que Isak Dinesen y, en nuestro país, que Miguel Delibes; y sin embargo, ambos eran unos contumaces cazadores. Los toros mueren en las plazas, pero sería injusto olvidar que pocos los aman y respetan tanto como los toreros. (...)

En un mundo en que los animales apenas cuentan para otra cosa que para animar nuestras excursiones dominicales o nuestras citas gastronómicas, las plazas de toros son de los pocos lugares donde no se les cosifica y se les respeta y ama por su belleza y su fuerza. Pero esto no quiere decir que debamos justificar cómo se les trata en ellas.

Tras la belleza del toreo está el horror, y sería absurdo negar que tras una limpia verónica no hay un animal asustado que sufre y quiere escapar como sea del lugar infernal al que se le ha conducido. ¿Y qué arte puede ser ese que en vez de salvar destruye lo que ama?

Fernando Savater, en su artículo La barbarie compasiva, critica con razón a los que no distinguen entre los animales y los hombres. "Sin duda -escribe-, biológicamente somos animales, no vegetales. Pero desde luego ni simple ni gozosamente. Por culpa de ello existen las novelas... y la ética".

Y es verdad, pero el problema reside justo en eso, en que somos noveleros. Es decir, que no podemos evitar ponernos en lugar de los otros y hacernos la ilusión de mirar por sus ojos. Mirar por los ojos de un niño, de un anciano, de una muchacha; pero también por los ojos de un toro, de un perro, de una hormiga. (...)

y el cuento más hermoso de Clarín, Adiós, Cordera, tiene por protagonista a una vaca a la que dos niños acuden a la estación a despedir porque sus padres, que son pobres, la envían al matadero.

La vaca del cuento de Clarín no protesta cuando la arrancan de sus prados, como tampoco lo hacen los toros bravos que llevan a las plazas. ¿Cómo podrían hacerlo si no pueden hablar? Pero que no puedan hablar no quiere decir que no seamos responsables de lo que les pasa.

El silencio de los animales guarda historias que misteriosamente nos están destinadas. No escucharlas es un acto de impiedad hacia esa vida que compartimos con las otras criaturas del mundo." (GUSTAVO MARTÍN GARZO: El silencio de los animales. El País, 23/10/2010, p. 27)

"Aunque se diga, por activa y por pasiva, que la justificación de la reforma legal no es otra que actuar en defensa de los animales, en este caso el toro, y que no existe razón identitaria y antiespañola en la misma, no aceptamos en absoluto dicho planteamiento.

En primer lugar, porque la existencia del toro bravo de lidia que se pretende proteger está unida indisolublemente a la fiesta, ya que, de no haber lidia, el toro no existiría. Y no olvidemos que es el ejemplar de nuestra fauna más genuino y de más alto valor zootécnico, pero la finalidad de su existencia es la que es y no otra. (...)

Por otro lado, se argumenta con un tópico que parece extenderse, cual es la existencia de derechos en los animales. Ello constituye una ocurrencia contraria a toda nuestra tradición jurídica y a la normativa vigente en la que los derechos son patrimonio exclusivo de las personas. Esto es, no hay más derechos que los derechos humanos.

Por ello, nuestra total discrepancia con quienes como la catedrática de Ética Adela Cortina (EL PAÍS, 29 de julio de 2010) sostienen que los animales tienen derechos.

Otra cosa es que nosotros tengamos deberes y obligaciones con los animales. Ya Immanuel Kant, en sus Lecciones de ética, lo explica claramente cuando señala: "Nuestros deberes para con los animales constituyen deberes indirectos para con la humanidad".

Prueba de ello es que el maltrato con ensañamiento e injustificadamente a los animales está expresamente prohibido y puede constituir incluso delito con penas de prisión para el infractor, al igual que también se castiga atentar contra la flora protegida y no por ello esta tiene derechos.

Precisamente, al toro de lidia se le enaltece y se le aplaude hasta el extremo de que cuando se hace acreedor de ello por su extraordinaria bravura se le indulta, como sucedió el domingo día 1, precisamente en la plaza de Barcelona, con el toro Rayito de la ganadería Valdefresno. (...)

Aunque no sean conscientes de ello los que han adoptado esta decisión, no podemos menos de recordarles lo dicho por el filósofo Andrés de Francisco en su Ciudadanía y democracia. Un enfoque republicano, cuando señala (página 64) que "las tradiciones tienen un contenido simbólico que está más allá de la utilidad y el cálculo.

No pertenecen a la economía, ni siquiera a la política, sino al ámbito del sentimiento y la identidad. Están fuera del mercado, y este, según crece con el capitalismo, las arrincona".

José Bergamín, en La música callada del toreo, define la lidia como "la revelación maravillosa de una belleza viva que es la del arte de torear mismo", una sensación que los aficionados catalanes tienen derecho a seguir disfrutando." (MIGUEL CID/ PÍO GARCÍA ESCUDERO /CARMEN CALVO: Nuestro sí a la fiesta. El País, 10/08/2010, p. 23)

"El mundo está lleno de salvajadas contra humanos y no humanos, pero este hecho lamentable no justifica la tauromaquia. La tradición tampoco puede utilizarse como justificación ética de una práctica cruel.

La compasión es la emoción desagradable que sentimos cuando nos ponemos imaginativamente en el lugar de otro que padece, y padecemos con él, lo compadecemos. Hemos empezado a entender el mecanismo de la compasión gracias a Giacomo Rizzolatti, descubridor de las neuronas espejo, que se disparan en nuestro cerebro tanto cuando hacemos o sentimos ciertas cosas como cuando vemos que otro las hace o siente.

Las neuronas espejo de la ínsula se disparan y producen en nosotros una sensación penosa cuando vemos a otro sufriendo. Esta capacidad puede ejercitarse y afinarse o, al contrario, embotarse por falta de uso. (...)

Charles Darwin consideraba la compasión la más noble de nuestras virtudes. Opuesto a la esclavitud y horrorizado por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extraños, introdujo su idea del círculo en expansión de la compasión para explicar el progreso moral de la humanidad.

Los hombres más primitivos sólo se compadecían de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies.

Darwin pensaba que el círculo de la compasión seguirá extendiéndose hasta que llegue a su lógica conclusión, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir.

El pensamiento indio, y en especial el budismo y el jainismo, consideran que la ahimsa (la no-violencia, la no-crueldad, la compasión frente a todas las criaturas sensibles) es el principio central de la ética. En contraste con el silencio de la jerarquía católica, el Dalai Lama ha reclamado públicamente la abolición de las corridas de toros.(...)

El conocimiento facilita la empatía. Como decía Francis Crick (el descubridor de la doble hélice), los únicos autores que dudan del dolor de los perros son los que no tienen perro. Muchos españoles no dudan del dolor de los perros ni de los toros.(...)

Los defensores de la tauromaquia siempre repiten los mismos argumentos a favor de la crueldad; si se tomaran en serio, justificarían también la tortura de los seres humanos. Ya sé que los toros no son lo mismo que los hombres, pero la corrección lógica de las argumentaciones depende exclusivamente de su forma, no de su contenido.

En eso consiste el carácter formal de la lógica. Si aceptamos un argumento como correcto, tenemos que aceptar como igualmente correcto cualquier otro que tenga la misma forma lógica, aunque ambos traten de cosas muy diferentes. (...)

Incluso escritores insignes como Fernando Savater y Mario Vargas Llosa, en sus recientes apologías de la tauromaquia publicadas en este diario, no han logrado formular un solo argumento que se tenga en pie, pues aceptan y rechazan a la vez razonamientos con idéntica forma lógica por el mero hecho de que sus conclusiones se refieran en un caso a toros y en otro a seres humanos.

Ambos autores insisten en el argumento inválido de que también hay otros casos de crueldad con los animales, lo que justificaría la tauromaquia. Savater nos ofrece una larga lista de maltratos a los animales, remontándose nada menos que al sufrimiento infligido por Aníbal a sus elefantes cuando los hizo atravesar los Alpes. (...)

En efecto, debieron de sufrir mucho, pero no más que los soldados, la mayoría de los cuales no lograron sobrevivir a la aventura italiana del caudillo cartaginés. Si esto fuese una justificación del maltrato animal, también lo sería del maltrato humano y de la agresión militar. Vargas Llosa pone el ejemplo de la langosta arrojada viva al agua hirviente para dar más gusto a ciertos gourmets. Esto justificaría las corridas, pues también las langostas sufren.

También es cruel la obtención del foie-gras de ganso torturado, pero por eso mismo el foie-gras ya ha sido prohibido en varios Estados de EE UU y en varios países de la UE. En cualquier caso, sabemos que los toros sienten dolor como nosotros, pues el sistema límbico y las partes del cerebro involucradas en el dolor son muy parecidos en todos los mamíferos.

El neurólogo José Rodríguez Delgado hizo sus famosos experimentos para localizar los centros del placer y el dolor en el cerebro de toros y hombres y no encontró diferencias apreciables. (...)

Se aduce que la tauromaquia forma parte de la tradición española, como si lo tradicional fuera una justificación ética, lo que obviamente no es. Todas las costumbres abominables, injustas o crueles son tradicionales allí donde se practican. Vargas Llosa siempre ha polemizado contra la corrupción y la dictadura en América Latina, pero ambas son desgraciadamente tradicionales en muchos de esos países. (...)

Los taurinos dicen que la tauromaquia es la única manera de conservar los toros "bravos". Pero hay una solución mejor: transformar las dehesas en que se crían (a veces de gran valor ecológico) en reservas naturales. Algunos añaden que, puesto que no se ha maltratado a los toros con anterioridad, hay que torturarlos atrozmente antes de morir. ¿Aceptarían estos taurinos que a ellos se les aplicase el mismo razonamiento?

Los amigos de la libertad nunca hemos pretendido que no se pueda prohibir nada. Aunque pensamos que nadie debe inmiscuirse en las interacciones voluntarias entre adultos, admitimos y propugnamos la prohibición de cualquier tipo de tortura y de crueldad innecesaria.

Si aquí y ahora hablamos de la tauromaquia, no es porque sea la única o la peor forma de crueldad, sino porque su abolición ya está sometida a debate legislativo en Cataluña. Si allí se consigue, el debate se trasladará al resto de España y a los otros países implicados. No sabemos cuándo acabará esta discusión, pero sí cómo acabará. A la larga, la crueldad es indefendible. Todos los buenos argumentos y todos los buenos sentimientos apuntan al triunfo de la compasión." (JESÚS MOSTERÍN: El triunfo de la compasión. El País, 09/05/2010, p. 35)

"Algunos parecen incapaces de quitarse sus orejeras tribales a la hora de considerar el final del maltrato público de los toros. No les importa la lógica ni la ética, el sufrimiento ni la crueldad, sino sólo el origen de la costumbre.

La crueldad procedente de la propia tribu sería aceptable, pero no la ajena. En cualquier caso, y contra lo que algunos suponen, ni las corridas de toros son específicamente españolas ni los correbous (o encierros) son específicamente catalanes. De hecho, ambas salvajadas se practicaban en otros países de Europa, como Inglaterra, antes de que la Ilustración condujera a su abolición a principios del siglo XIX.

Siempre resulta sospechoso que una práctica aborrecida en casi todo el mundo sea defendida en unos pocos países con el único argumento de ser tradicional en ellos. Aparte de España, las corridas se mantienen sobre todo en México y Colombia, dos de los países más violentos del mundo. Otros países más suaves de Latinoamérica, como Chile, Argentina o Brasil, hace tiempo que las abolieron. Las normas más respetables suelen ser universales.

Todo el mundo está de acuerdo en que no se debe matar al vecino, ni mutilar a la vecina, ni quemar el bosque, ni asaltar al viajero. Por desgracia, en muchos sitios hay costumbres locales crueles, sangrientas e injustificables, aunque no por ello menos tradicionales. De hecho, todas las salvajadas son tradicionales allí donde se practican. (...)

Obviamente, las corridas de toros no tienen nada que ver con la ablación del clítoris, ni son comparables con ella; sin embargo, los defensores de ambas prácticas usan de modo similar el argumento de la tradición para justificarlas. La única moraleja es metodológica: la tradición no justifica nada.

Los españoles no tenemos un gen de la crueldad del que carezcan los ingleses; la diferencia es cultural. En España siguen celebrándose encierros y corridas de toros, pero no en Inglaterra (donde hace dos siglos eran frecuentes), pues los ingleses pasaron por el proceso de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres conocido como la Ilustración. (...)

A los enemigos de los toros, es decir, a los defensores de las corridas, una vez gastados los cartuchos mojados de las excusas analfabetas, como que el toro no sufre, sólo les quedan dos argumentos: que las corridas son tradicionales y que su abolición atentaría contra la libertad.

Ya hemos visto que la tradición no es justificación de nada. (...)

Queda el argumento de la libertad, basado en la incomprensión del concepto y en la ausencia de cultura liberal. La libertad que han propugnado los pensadores liberales es la de las transacciones voluntarias entre seres humanos adultos: dos humanos adultos pueden interaccionar entre ellos como quieran, mientras la interacción sea voluntaria por ambas partes y no agredan a terceros. Ni la Iglesia ni el Estado ni ninguna otra instancia pueden interferir en dichas transacciones voluntarias.

Ningún liberal ha defendido un presunto derecho a maltratar y torturar a criaturas indefensas. De hecho, los países que más han contribuido a desarrollar la idea de la libertad, como Inglaterra, han sido los primeros que han abolido los encierros y las corridas de toros. Curiosamente, y es un síntoma de nuestro atraso, la misma discusión que estamos teniendo ahora en España y sobre todo en Cataluña ya se tuvo en Gran Bretaña hace 200 años.

Ya entonces, frente al burdo sofisma de que, puesto que los caballos o los toros no hablan ni piensan en términos abstractos se los puede torturar impunemente, el gran jurista y filósofo liberal Jeremy Bentham señalaba que la pregunta éticamente relevante no es si pueden hablar o pensar, sino si pueden sufrir. (...)

Esperanza Aguirre cita a Goya en primer lugar de sus referencias culturales favorables a la tauromaquia. Lo mismo podría haber acusado a Goya de estar a favor de los fusilamientos, pues también los pintaba.

No le vendría mal repasar los grabados de Goya sobre la tauromaquia para encontrar la más demoledora de las críticas a esa práctica. Las series negras de los disparates, los desastres de la guerra y la tauromaquia nos presentan el más crítico y descarnado retrato de la España negra, un mundo sórdido, oscuro e irracional de violencia y crueldad, habitado por chulos, toreros, verdugos, borrachos e inquisidores." (El País, 11/03/2010, p. 27)

"Anselmi pertenece a Prou!, un colectivo de 11 activistas que capitaneó la recogida de 180.000 firmas para impulsar la iniciativa legislativa popular.

"Soy el portavoz, pero un miembro cualquiera", dice mientras revela que ha recibido amenazas de muerte por lo que ha instalado cámaras de vigilancia en la casa donde vive con nueve perros, 12 gatos y dos hurones.

Tiene la fecha grabada: 17 de julio de 2007. El día en que José Tomás llenó la Monumental y 5.000 personas se manifestaron en contra. Allí se fraguó Prou!, que recogió firmas tras muchos fines de semana y muchas protestas ante el Parlamento catalán. (...)

"Para mí la defensa de los animales no tiene fronteras", dice recalcando su procedencia argentina. Este vegano de pies a cabeza confiesa que ya no sufre cuando pasa ante un asador, mientras ataca su hummus preferido y una lasaña de berenjenas.

Cree que la sociedad catalana está preparada para abolir los toros pero no, por ejemplo, para que desaparezcan los zoológicos o los correbous, los encierros donde no se sacrifica y que han sido protegidos por el Parlamento. "Todo es posibilismo", se sincera.

Asegura que apoyará a quienes defienden su derecho a ir libremente a las corridas cuando se lo concedan también al toro, y rebate que deba protegerse el toreo por haber inspirado a Picasso o Lorca: "Sin la crucifixión nos habríamos perdido un montón de obras de arte y no por eso crucificamos a alguien los domingos".

Ha asistido a seis corridas para filmar su "crueldad" y puede entender que haya gente atrapada: "Es un estallido de color, de música e incluso de olor, pero cuando ves al toro haciendo ese gesto de dolor con la cabeza... se acabó". (LEONARDO ANSELMI: "La defensa de los animales no tiene fronteras". El País, 01/04/2010, última)

"A pesar de todo, podríamos partir de una reflexión bien simple: el arte no es la realidad. Es la mirada posada sobre la realidad. El resultado, ya sea el cuadro, el escrito o la pieza musical, es la representación de la realidad filtrada por la sensibilidad del artista.
La corrida es la realidad. Ese espectáculo no es la representación de la muerte, es la misma muerte. "Ahora bien, todos evitan esta cuestión cardinal: ¿qué significa disfrutar del espectáculo de la muerte?", propone Michel Onfray.

Los parisinos que se precipitaban a la Plaza de la Concordia para ver a los ahorcados, y más adelante a los guillotinados, probablemente disfrutaban del espectáculo sin que haya necesidad de hablar de arte tratándose de ejecuciones.

La representación de la muerte nos la encontramos en los cuadros donde se representa la corrida, los de Goya o los de Picasso, por ejemplo. Son el resultado de la mirada del artista, de una distancia, y por este hecho no plantean ningún problema de tipo moral. Como tampoco lo hacen los millares de páginas de excelentes autores que tratan sobre la tauromaquia.

No implican el disfrute de la muerte, no suscitan ninguna participación del espectador. No se participa en absoluto en el mismo orden de cosas cuando se lee un texto de un autor, o se contempla el cuadro de un maestro, que cuando se asiste a la muerte, que no puede ser más real, de un animal. El arte opera un desplazamiento.

No se puede confundir la realidad -que se impone- con el discurso sobre la realidad -que es libre de interpretarse como se quiera-. "Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo sea gastronomía", escribe Manuel Vicent.

El ritual de esa muerte tampoco es indiferente, ya que en la secuencia de las diferentes fases de la corrida se pueden ver fácilmente escenas de penosa tortura, que implican una hemorragia considerable, y que destruyen poco a poco, desde la primera incisión, órganos vitales del animal.(...)

El torero ha elegido poner su cuerpo en peligro al servicio de ese espectáculo. Banal es decir que el toro no. "Se puede juzgar el corazón de un hombre por su trato a los animales", señalaba Immanuel Kant.

Pero aquí el asunto no es la moral sino el de saber si se puede hablar de arte en relación con la corrida. Se puede admirar la técnica del hombre describiendo arabescos frente a la bestia poderosa, pero el paso a la acción ya no pertenece al terreno del arte.

Se puede hablar o escribir sobre el crimen, exaltar la belleza de la muerte, pero matar es otra cosa. "El arte es una abstracción", escribió Paul Gauguin.

Si no se trata de arte, se podría hablar de la corrida como de un ritual que responde o que busca responder a la interrogación del hombre sobre la muerte. El hombre, la mujer, se interrogan sobre la muerte desde el día de su nacimiento. Incluso los niños descubren muy pronto su abismo.

Pero, ¿puede decirse que la corrida responde a esa pregunta mediante el espectáculo de la muerte del otro? ¿Y máxime cuando esa muerte es la culminación de verdaderas torturas por arma blanca, infligidas a sabiendas y casi científicamente para prolongar el espectáculo?

Podemos felicitarnos de que los grandes filósofos y escritores no hayan tenido necesidad de tanto para tratar el tema. "El arte recela siempre de las evocaciones de la condición mortal", escribe el pintor Mark Rothko. Pero no necesita del espectáculo de la muerte para hacerse una idea de ello.

De hecho, la corrida se asemeja más bien al sacrificio. Sacrificio de un animal siempre, de un hombre a veces. Como con los sacrificios antiguos, el público de las plazas, los aficionados, forman una comunidad unida por ese ritual de violencia.

Pero mientras que los sacrificios a los dioses solían hacerse a cambio de alguna protección, la corrida es un comercio, un asunto económico. (...)

Y si se trata de hablar de moral, Milan Kundera puede servir de referencia: "El auténtico test moral de la humanidad (el más radical, el que se sitúa a un nivel tan profundo que escapa a nuestra mirada) son sus relaciones con aquellos que están a su merced: los animales. Y es aquí donde se produce el fallo fundamental del hombre, tan fundamental que todos los demás derivan de ese". (NICOLE MUCHNIK: El arte, las corridas y mi acordeón. El País, 26/03/2010, p. 31)

"La civilización humana se basa en el maltrato de los animales. La polémica sobre los toros no revela acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de la compasión y la hipocresía.(...)

De modo que lo que se discute -o se debería discutir- no es tanto si ese espectáculo es una fiesta artística, portadora de tales y cuales valores, o por el contrario una muestra de barbarie anticuada, sino si debe o no ser prohibida para todos, la acepten o la rechacen.

Es perfectamente imaginable que haya personas que sientan desagrado y repugnancia por las corridas pero que consideren abusiva su prohibición; incluso puede haber aficionados contritos que, reconociendo su gusto por ellas, admitan la necesidad de suprimirlas para verse libres de tan pecaminosa tentación, siguiendo el criterio de Pérez de Ayala:

"Si yo mandase en España, suprimiría las corridas... pero como resulta que no mando, no me pierdo ni una".

De modo que ahora el viejo debate alcanza un nivel efectivamente político, como también es político su trasfondo. (...)

... aunque las argumentaciones escuchadas en el Parlament no sean de corte nacionalista, sin una motivación de fondo nacionalista no habría habido iniciativa popular ni probablemente ésta hubiera llegado al punto actual. (...)

Claro que mejor que el debate sea en último término político, pues para eso se lleva a cabo en un Parlamento, que moral, como absurdamente suponen algunos. ¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es!

Como parece que había quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el Parlamento no está para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y respetando la libertad individual. Ahora, por lo visto, hay quien reclama del Parlament precisamente lo opuesto...

El repudio de la crueldad (no digamos "innecesaria", porque si fuese necesaria ya no sería crueldad) y del maltrato animal es moneda corriente en los moralistas desde Tomás de Aquino, pero en cambio hay menos unanimidad a la hora de establecer qué diferencia a esas prácticas perversas de otras formas del empleo humano de las bestias.

Y ahí es donde esta discusión se hace desde un punto de vista teórico más sugestiva: ¿qué hemos hecho y qué hacemos con los animales?, ¿en qué medida la relación con ellos ha configurado nuestra civilización e incluso nuestra "humanidad"?

El desarrollo de la sociedad humana se basa desde el principio en la utilización de animales para nuestros fines: nos han servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ¡a la cazuela!"), de fuerza motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra (¡los escuadrones de Alejandro, los elefantes de Aníbal!), sus pieles curtidas nos han vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y nuestros rebaños (¡también formados por animales!) y -supongo que lo más humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espectáculos, nos han hecho zalemas como mascotas de compañía y han trinado en jaulitas a la espera de su alpiste.

Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces aún vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosmética y hasta la astronáutica (¡Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar males mayores: el antropólogo Marvin Harris justificó que los aztecas se comiesen a sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mamíferos de talla suficiente para poder convertirse en fuente de proteínas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para el transporte o la carga.

Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales.De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado.

Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular.

Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros.

Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos. Pero, como señaló Valéry, "tout ce qui fait le prix de la vie est curieusement inutile". El asunto de fondo sigue siendo el mismo: ¿tenemos derecho o no?, ¿es crueldad o no? (...)

En cualquier caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la modernidad. A ella se deben medidas piadosas como el peto de los caballos de los picadores (impuesto por el dictador Primo de Rivera) o el suavizamiento de los obstáculos más peligrosos en la carrera del Grand National de Liverpool.

No son desdeñables, pese a que ello implica que los animales van desapareciendo de nuestras vidas urbanas -circos, zoológicos- para hacerse sólo presentes virtualmente en los documentales de la televisión. Es una tendencia que continuará y que sin duda también acabará mañana afectando las corridas de toros, si no son abolidas.

No revelan acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de dos instancias desconocidas en ella: la compasión y la hipocresía. Ambas, en su dialéctica perpetua, espiritualizan nuestra vida. Yo me quedo con el arrebato de Nietzsche en la plaza Carlo Alberto de Turín, abrazado llorando al cuello del viejo caballo fustigado por su cochero. ¿Síntoma de locura o comprensión abismal de la irreductible desdicha de existir?" (FERNANDO SAVATER: Rebelión en la granja. El País, 16/03/2010, p. 29)

"La cita es en un restaurante castizo del centro de Madrid, en el barrio de Chueca. La decoración es básicamente taurina. "¿Que si me gustan los toros? No tengo nada en contra, desde luego", dice después de pensárselo más de un minuto.

"Detrás de cada tradición hay un enorme sistema de valores y creencias que no se pueden borrar teniendo en cuenta uno solo de sus aspectos. En ese sentido las protestas civiles contra ellas suelen ser superficiales.
 
El sufrimiento de los animales es algo a tener en cuenta, pero sólo se refiere a un pequeño aspecto. Es como el veto contra el velo de las mujeres musulmanas que ignora las nociones sobre lo secreto, lo privado y lo público en esas sociedades. La vida es cruel. Y en todos los continentes hay mayores vejaciones que éstas contra los oprimidos".

Y no lo dice quitando el cuerpo a esos conflictos, sino todo lo contrario." (JOHN BERGER: "Uno no escoge ser intelectual comprometido". El País, 15/02/2011, última)

"En realidad, Balañá, que admitió que ha dejado la concesión de la plaza Monumental de Barcelona a terceros, dio capotazo a la suerte de banderillas que fue la intervención de Juan Carlos Illera del Portal, veterinario que para la Universidad Complutense de Madrid, junto a las de Córdoba, León y Navarra, realiza a cabo un estudio sobre el estrés y el dolor del toro ante la corrida, argumento crucial de los animalistas.

Sobre 980 toros y 620 novillos, y tras partir de enzinoinmunoanálisis diversos, clavó dos pares: que los toros sufren muchísimo más estrés durante el trayecto y a la salida al ruedo que con las puyas, banderillas, y estoques; que el rejoneo, los recortes y la lidia portuguesa les castiga más que la lidia y que el dolor no aumenta desde el puyazo, entre otras cosas quizá porque el tálamo de un toro de lidia es "un 19% más grande que el del toro de carne", por lo que "segregaría más y más rápidamente endorfina". (El País, 18/03/2010, p. 40)
"Los protaurinos, que protagonizaron el primer tercio del debate, también hablaron de sufrimiento. Se escudaron en la condición del toro para sufrir, como dijo la escritora protaurina Natalia Molero, que aludió a "la capacidad del toro de liberar metaendorfinas en combate para anestesiar su dolor".

Los antitaurinos entraron entonces con fuerza, con ponentes que sorprendieron a los diputados por efectistas, vehementes y eficaces. Dedicaron la tarde a desmontar los argumentos de la mañana, punto por punto. Jorge Wagensberg, científico, apostó por el efecto. Sacó todo el arsenal necesario para matar al toro: la divisa, la pulla, la banderilla y el estoque, todo bien afilado y reluciente.

"¿Esto duele? ¡Claro que duele!", exclamaba a cada arma, ante la alegría de los promotores de la ILP presentes en la sala. Fue el preludio de tres ponencias que reforzaron la parte antitaurina. El etólogo Jordi Casamitjana, experto en sufrimiento animal, desgranó todos los elementos que permiten ver el sufrimiento del toro, fotos incluidas.

"Desde un punto de vista ecológico y zoológico, el toro de lidia sufre individualmente y socialmente, física y psíquicamente, por culpa de las corridas de toros", sentenció.

Los nervios de los partidarios de la fiesta, ya exaltados tras esta intervención -David Pérez, diputado protaurino del PSC, no pudo más que tildarla de "perfecta"-, se encendieron con la intervención del filósofo Jesús Mosterín. Provocador, de verbo afilado e irónico, su intervención ofendió visiblemente a algunos diputados.

"Nos escandalizamos de que en África se corte el clítoris a sus mujeres, y en otros países les escandaliza que se siga haciendo un espectáculo público de sufrimiento de los animales", blandió, y continuó con las comparaciones: "Es cierto que las corridas de toros son tradicionales. El maltrato a la mujer también es una tradición, y se está combatiendo", dijo, ante las protestas de los diputados protaurinos.

Más amable, pero más efectiva para los intereses de los promotores de la ILP, fue la intervención del filósofo Josep Maria Terricabras. Uno por uno, ordenado, sintético y vehemente, recurrió los argumentos básicos de los protaurinos, bajo una premisa. "A los partidarios de la fiesta les falta un argumento ético fundamental. Hacer sufrir al animal por placer es totalmente reprobable. Los toros son maltratados, como antes lo fueron las mujeres y los esclavos", apostilló. La sesión continuará hoy con otras 13 comparecencias." (El País, 04/05/2010, p. 42)

"Es en los primeros años de la Transición cuando en Cataluña cuaja una tenaz e implacable estrategia nacionalista para ir socavando y cercenando las bases de la afición a los toros.  

Y con un envidiable método, el propio Parlament y los ayuntamientos se fueron turnando para erigirse en los legales instrumentos para erradicar la fiesta de los toros de Cataluña y finalmente de Barcelona. (...)

En sólo 30 años los nacionalistas han conseguido que ayer y hoy, la soberanía de Cataluña llegue a debatir si los toros siguen siendo un espectáculo que comparten los ciudadanos de Barcelona con el resto de las ciudades de España, de parte de Francia, Portugal, Colombia, México, Venezuela o si es territorio ajeno al "maltrato" de ese animal. Poco importa que a 100 kilómetros al norte, en Ceret, en la Cataluña "norte", los días de corrida ondee la bandera catalana. (...)

La clave ya no está sólo en los socialistas catalanes. A tiempo se dieron cuenta de que ésta no es una batalla: es una guerra. Disfrazado de cordero, el lobo esconde la razón de ser histórica de esta Iniciativa. Como al ladrón que ante el juez niega su pillería, el cordero animalista encubre el sentir anti de su sentimiento por uno más digerible pro animal.No hay que prohibir nada; simplemente, si no hay afición, que muera la fiesta. (...)

Me atrevo a insinuar y evocar aquí a Jordi Pujol en sus excelentes memorias, tituladas Tiempo de construir. El día que reapareció José Tomás en la plaza de toros de Barcelona en junio de 2007, mi padre, estuvo en la Monumental y a la salida, entusiasmado por lo que había visto en Tomás y en Cayetano, se encontró a un vecino. Durante años no habían pasado del formal saludo y los buenos deseos matinales.

Esta vez mi padre quiso evidenciar la complicidad del descubrimiento de la mutua afición. "No se confunda, soy catalanista y no soy aficionado a los toros, pero he venido porque me empreña que quieran prohibir una afición a la gente.

Tenemos aquí miles de inmigrantes de regiones de España que les hemos pedido que se integren en nuestra cultura, que hablen nuestra lengua y ahora por un capricho les vamos a prohibir que vayan a los toros". Lo dicho. " (CARLOS ABELLA: Tiempo de construir. El País, 04/03/2010, p. 43)

"Nunca he querido hacer proselitismo de la fiesta de los toros. Tampoco del boxeo, otra de mis grandes pasiones. Comprendo a quienes no quieran ir y no seré yo quien se meta a convencerlos. Pero tampoco me gusta que cercenen mi libertad ni me nieguen el mismo derecho a contemplarlos.

El debate que se ha producido en Cataluña a raíz de la abolición o no del espectáculo en ese país me parece absolutamente lamentable. Es el ejemplo de una dinámica viciada por la falta de respeto a las libertades personales que nos coloca en una situación absurda. 

Los nacionalistas han cogido en esta ocasión la sartén por el mango y se aprovechan de la debilidad general en que la sociedad está sumida para dar un golpe injusto a la fiesta.

Eso es lo verdaderamente preocupante. La fragilidad para defender ciertos arrebatos que pueden romper el vaso de una convivencia normal para después no saber cómo nos repartimos los trozos. (...)

Sólo entiendo la persecución en la cabeza de quien está dispuesto a obligar a un país rico, abierto y cosmopolita como Cataluña a convertirse en un rincón donde reine un ruralismo sospechoso y semifascista. Ojalá no cunda el ejemplo." (EDUARDO ARROYO: Golpe a la convivencia. 04/03/2010, p. 43)

"Hace muchos años, porque estas disputas vienen de lejos, participé en una discusión en el País Vasco sobre si las corridas de toros eran admisibles o rechazables. Se manejaron primero los habituales argumentos: el placer de la crueldad, la tortura de animales indefensos, etcétera...

Uno de los adversarios de la fiesta, identificado con posturas de nacionalismo radical, denunció además que se trataba de una imposición española y de la España de la pandereta y el folclore agitanado, por más señas, ajena al terruño vasco. Apunté que al menos ese aspecto era discutible, porque el toreo a pié parece haber comenzado en Navarra, democratizando así la lidia a caballo propia de las regiones situadas más al sur.

No estoy muy seguro de la fiabilidad histórica del dato, pero su efecto en el debate fue muy revelador: los oponentes más nacionalistas de la corrida, al suponerla de raigambre vasca, comenzaron a matizar su antagonismo y a encontrarle ciertos valores populares y antiaristocráticos nada desdeñables. Los aspectos más moralizantes del litigio pasaron a segundo plano.

Desde luego, soy contrario a la postura prohibicionista pero me cuesta identificarme con los planteamientos más telúricos que remiten la excelencia de la fiesta a la entraña ancestral de nuestro país o a una ilustre genealogía que se remonta a la Creta de Minos y Pasífae.

También dudo del peso resolutorio de los elogios meramente estéticos, porque estoy acostumbrado a ver en otras demostraciones plásticas que lo que unos ponderan como expresión del más elevado interés artístico otros lo tienen por una mamarrachada que puede pintar cualquier niño de siete años.

¡Son tan variados los criterios del gusto y el disgusto!Otros, en cambio, me parecen menos dudosos. Para empezar, no creo que la suerte del toro de lidia sea la más digna de compasión... al menos entre quienes comemos carne de vacas, cerdos o aves de corral y gastamos zapatos y bolsos de piel. 

Me parece que la vida de los toros y hasta su cuarto de hora final de batalla dolorosa sería envidiada por muchos de los animales que están a nuestro servicio... si pudieran conocerla.(...)

Y tampoco me parece aceptable determinar inapelablemente que el gozo que la corrida produce a los aficionados no sea más que una expresión de regodeo cruel y sanguinario. No es lo mismo disfrutar viendo luchar que disfrutar viendo sufrir: hay códigos de honor y celebraciones simbólicas que pueden no compartirse pero que nadie puede arrogarse la autoridad moral para descalificar sin más.

A fin de cuentas y lo más importante: se trata de una cuestión de libertad. La asistencia a las corridas de toros es voluntaria y el aprecio que merecen optativo para cada cual. Comprendo perfectamente que haya quienes sientan rechazo y disgusto ante ellas, como a los demás nos pasa ante tantos otros espectáculos, hábitos y demostraciones culturales.

Pero que eso faculte a las autoridades de ningún sitio para decidir desde la prepotencia moral institucionalizada si son compatibles o no con nuestra ciudadanía resulta un abuso arrogante."(FERNANDO SAVATER: Un abuso arrogante. El País, 04/03/2010, p. 43)

"En este sentido literal de la palabra, eran crueles los espectadores del circo romano, que se complacían viendo derramarse la sangre de animales y gladiadores.

También eran crueles las posteriores torturas, quemas y ejecuciones públicas de brujas y herejes y enemigos, y las peleas de gallos, perros y osos, así como los destripamientos de toros arrojados al campo del Moro desde el alcázar de Madrid y las diversas torturas a pie y a caballo de los toros en toda Europa, hasta su abolición por la Ilustración. ¡Qué asco y qué indignación moral produce toda esta sórdida tradición de sufrimiento inútil y de sensibilidad encallecida! La crueldad no es una fiesta, sino un horror; un horror con el que podemos y debemos acabar. (...)

Afortunadamente, la España negra, un mundo sórdido, oscuro e irracional de violencia y crueldad, habitado por chulos, toreros, verdugos, borrachos e inquisidores, ha entrado en decadencia irremediable. El debate está servido, y solo tiene una salida previsible: la abolición de las corridas de toros, y la transformación de las dehesas ganaderas en parques naturales." (JESÚS MOSTERÍN: La crueldad no es una fiesta. El País, 06/06/2010, p. 51)


"Septiembre de 1988, Pasqual Maragall, como alcalde, impuso la Medalla de Oro al Mérito Artístico de Barcelona al torero catalán Joaquín Bernadó.

Abril de 2004. El pleno del Ayuntamiento declara Barcelona Ciudad Antitaurina. (...)

Febrero de 2008. Abatidos en el barrio de Montbau de Barcelona al menos 20 jabalíes de la extensa colonia de dichos mamíferos que habita la Serra de Collserola por orden del Departament de Medi Ambient i Habitatge de la Generalitat de Catalunya llevada a cabo por agentes forestales protegidos por Mossos d'Escuadra.

Abril de 2010. La Agencia de Salud Pública de Barcelona convoca concurso público para adjudicar los trabajos de aniquilación de 65.000 palomas de dicha ciudad por un montante de euros 120.000. A razón, más o menos de 1.84 euros / paloma muerta. (...)

Más allá de argumentaciones teóricas, filosóficas o técnicas, el relato de los hechos que antecede estas líneas deja meridianamente claro el grado de coherencia cero en la actuación de los poderes públicos en sus intervenciones para regular las normas de conducta (humanas, ¿no?) que deben regir las relaciones entre humanos y animales en Catalunya.

Patente queda para la historia que según quién, cómo, dónde, cuándo y con quién mande, las actuaciones son unas u otras, siempre muy por encima de la preservación de los presuntos derechos de los animales que, de existir, han sido siempre a conveniencia y discrecionalidad del poder (humano).

¿Debe un Parlament cerrar y dejar fuera de la ley un negocio privado que contiene una tradición centenaria, ofrece una actividad artística de primer orden y es la gran afición de miles de ciudadanos por el hecho de que en él interviene un animal? Yo creo que no, por una simple cuestión de libertad y de respeto a la minoría que encuentra en los toros su ilusión, palabra mágica en los tristes tiempos que corren.

Y aspiro a que, visto lo visto con jabalíes y palomas -por no citar ratas, moscas, peces y canarios- el político responsable no salga con que hay que prohibir la corrida porque el animal sufre y muere. Sería un ejercicio más de hipocresía y cinismo político como lo es bastante el blindaje del correbou.

En Catalunya el asunto antitaurino ha sido y es un mero politiqueo con tufo identitario por más capas de maquillaje vegano que le den. Capaces son los políticos de prohibir los toros queriendo hacernos creer que sin toros seremos más buenos catalanes y mejores personas. Pero con la lista de incoherencias, hipocresía y doble moral con que la historia nos contempla, en eso tampoco les vamos a creer. " (SALVADOR BOIX: Coherencia política. El País, 06/06/2010, p. 51)

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